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Cuentos  realistas

Cuentos donde se narran historias creíbles, empleando hechos que podrían ser reales. En estos cuentos se indican el lugar y el tiempo en los que se desarrolla la historia. Además, los personajes del cuento son descritos con precisión y sobresalen por ser comunes y corrientes.

Contenido

Carolina de paseo por la ciudad

 

La ciudad estaba llena de gente a causa de los festejos del Bicentenario de la Independencia, era un día muy especial. En las principales plazas del centro se habían armado escenarios enormes con parlantes y reflectores multicolores. Al caer la noche comenzaría la fiesta, que cubría todos los gustos, había música para todas las edades, danza, teatro, malabares, nada faltaba para que todos los habitantes pudiesen divertirse.

 

Desde temprano, los vendedores ambulantes llegaron con sus puestos para encontrar el mejor lugar junto a los escenarios. Nadie quería perderse del gran evento, mucha gente visitaría la fiesta y se vendería mucha mercadería.

 

Carolina vivía en un edificio ubicado en la plaza principal, de modo que viviría todo el evento muy de cerca, tal vez demasiado. Se esperaba que cerca de treinta mil personas asistieran al escenario ubicado frente a su casa. Una verdadera invasión. Las autoridades ya habían advertido a los vecinos que realizaran sus compras temprano y retornaran a su hogar antes de las cinco de la tarde, pues no podían garantizar que las entradas estuvieran despejadas después de esa hora.

 

Los vecinos habían obedecido las instrucciones rápidamente, la mayoría retornó a su hogar antes de las tres, para asegurarse de llegar cómodamente. Los papás de Carolina también habían tomado sus precauciones y dieron instrucciones a la niña de que llevara a Fido, su perro, a pasear antes de esa hora. Pero bueno, después de todo, ella apenas tenía doce años, podía olvidarse. Cuando dieron las cinco menos cinco, la mamá de Carolina preguntó a su hija, sólo para asegurarse, si había sacado a Fido. Carolina pegó un salto y salió corriendo, mientras la mamá quedaba petrificada sin entender nada.

 

Como no podía ser de otra forma, la niña había olvidado sacar al perro y decidió compensar su error de inmediato. Bajaron corriendo por las escaleras para no aguardar el ascensor y llegaron a la calle, jadeantes. ¡Cuánta gente había! Avanzaron muy lentamente, pidiendo permiso a los transeúntes que se desplazaban por las calles y todo espacio de suelo disponible.

 

La pequeña no había imaginado cuánta gente llegaría hasta la fiesta, le daba un poco de miedo la multitud, pero siguió hasta el primer árbol libre que encontró.

 

Fido parecía una estatua. No se atrevía a moverse ni a hacer sus necesidades, por miedo a que la multitud lo aplastara. Estaba temblando y llorando muy bajito, como si temiera ofender a alguien. Carolina lo cargó en brazos y se internó entre la gente para buscar un sitio donde depositar a Fido.

 

Caminó como tres cuadras antes de que la calle se liberara lo suficiente para que Fido se animara a usar un árbol. El perro agradecido, realizó sus necesidades lo más rápido que pudo y se volvió a poner en posición para que lo alzaran.

 

Emprendieron el camino de regreso al hogar, pero el retorno era más difícil que la llegada, parecía que la gente se había duplicado desde su salida. Carolina comenzó a esquivar personas tan diestramente como pudo, pero llegó un punto en que no pudo avanzar más sin desplazar a las personas de su lugar. Entonces sujetó firmemente a Fido y avanzó sin miramientos, pechando a quien le obstruyera el paso.

 

Pero cuando estaban a poco más de una cuadra, la multitud se volvió impenetrable y ya no pudieron avanzar. Fido lloraba con un llanto agudo, casi un aullido de muerte y Carolina hacía fuerza para no sumarse al llanto. No fue mucho lo que pudo contenerse antes de largar el llanto desesperada.

 

La situación estaba complicada, miles de personas estaban apiñadas en la plaza obstruyendo el acceso al edificio donde vivía Carolina y la niña debía retornar a su hogar. Fue tanto lo que lloró, que un policía se acercó a preguntarle cuál era su problema. Cuando la niña le explicó, el policía sacó un silbato de su bolsillo y comenzó a hacerlo sonar tan alto que concitó la atención de las personas que allí estaban y entre todos formaron un corredor para que Carolina llegase a su puerta.

 

La niña les agradeció a todos con su carita adorable y subió rápidamente hasta su apartamento, donde la aguardaba una reprimenda fenomenal por el olvido y por no avisar que salía en un momento inapropiado.

 

Sorchantes, A. Carolina de paseo por la ciudad. Recuperado de:

https://www.slideshare.net/biblioepora/lecturas-para-segundo-de-primaria

 

Carolina de paseo por la ciudad

 

La ciudad estaba llena de gente a causa de los festejos del Bicentenario de la Independencia, era un día muy especial. En las principales plazas del centro se habían armado escenarios enormes con parlantes y reflectores multicolores. Al caer la noche comenzaría la fiesta, que cubría todos los gustos, había música para todas las edades, danza, teatro, malabares, nada faltaba para que todos los habitantes pudiesen divertirse.

 

Desde temprano, los vendedores ambulantes llegaron con sus puestos para encontrar el mejor lugar junto a los escenarios. Nadie quería perderse del gran evento, mucha gente visitaría la fiesta y se vendería mucha mercadería.

 

Carolina vivía en un edificio ubicado en la plaza principal, de modo que viviría todo el evento muy de cerca, tal vez demasiado. Se esperaba que cerca de treinta mil personas asistieran al escenario ubicado frente a su casa. Una verdadera invasión. Las autoridades ya habían advertido a los vecinos que realizaran sus compras temprano y retornaran a su hogar antes de las cinco de la tarde, pues no podían garantizar que las entradas estuvieran despejadas después de esa hora.

 

Los vecinos habían obedecido las instrucciones rápidamente, la mayoría retornó a su hogar antes de las tres, para asegurarse de llegar cómodamente. Los papás de Carolina también habían tomado sus precauciones y dieron instrucciones a la niña de que llevara a Fido, su perro, a pasear antes de esa hora. Pero bueno, después de todo, ella apenas tenía doce años, podía olvidarse. Cuando dieron las cinco menos cinco, la mamá de Carolina preguntó a su hija, sólo para asegurarse, si había sacado a Fido. Carolina pegó un salto y salió corriendo, mientras la mamá quedaba petrificada sin entender nada.

 

Como no podía ser de otra forma, la niña había olvidado sacar al perro y decidió compensar su error de inmediato. Bajaron corriendo por las escaleras para no aguardar el ascensor y llegaron a la calle, jadeantes. ¡Cuánta gente había! Avanzaron muy lentamente, pidiendo permiso a los transeúntes que se desplazaban por las calles y todo espacio de suelo disponible.

 

La pequeña no había imaginado cuánta gente llegaría hasta la fiesta, le daba un poco de miedo la multitud, pero siguió hasta el primer árbol libre que encontró.

 

Fido parecía una estatua. No se atrevía a moverse ni a hacer sus necesidades, por miedo a que la multitud lo aplastara. Estaba temblando y llorando muy bajito, como si temiera ofender a alguien. Carolina lo cargó en brazos y se internó entre la gente para buscar un sitio donde depositar a Fido.

 

Caminó como tres cuadras antes de que la calle se liberara lo suficiente para que Fido se animara a usar un árbol. El perro agradecido, realizó sus necesidades lo más rápido que pudo y se volvió a poner en posición para que lo alzaran.

 

Emprendieron el camino de regreso al hogar, pero el retorno era más difícil que la llegada, parecía que la gente se había duplicado desde su salida. Carolina comenzó a esquivar personas tan diestramente como pudo, pero llegó un punto en que no pudo avanzar más sin desplazar a las personas de su lugar. Entonces sujetó firmemente a Fido y avanzó sin miramientos, pechando a quien le obstruyera el paso.

 

Pero cuando estaban a poco más de una cuadra, la multitud se volvió impenetrable y ya no pudieron avanzar. Fido lloraba con un llanto agudo, casi un aullido de muerte y Carolina hacía fuerza para no sumarse al llanto. No fue mucho lo que pudo contenerse antes de largar el llanto desesperada.

 

La situación estaba complicada, miles de personas estaban apiñadas en la plaza obstruyendo el acceso al edificio donde vivía Carolina y la niña debía retornar a su hogar. Fue tanto lo que lloró, que un policía se acercó a preguntarle cuál era su problema. Cuando la niña le explicó, el policía sacó un silbato de su bolsillo y comenzó a hacerlo sonar tan alto que concitó la atención de las personas que allí estaban y entre todos formaron un corredor para que Carolina llegase a su puerta.

 

La niña les agradeció a todos con su carita adorable y subió rápidamente hasta su apartamento, donde la aguardaba una reprimenda fenomenal por el olvido y por no avisar que salía en un momento inapropiado.